Por Marta Riera i Franco
Ser mujer en el siglo XXI continua siendo tarea difícil. Luchar contra siglos de patriarcado no es sencillo y menos aún teniendo detrás a omnipresentes religiones que coartan la libertad de tantas y tantas mujeres. Pero todavía resulta más execrable que hombres que, en un principio, trabajan el camino de la iniciación, menosprecien y releguen a buena parte de la especie humana, en este caso, por tener un sexo diferente al suyo. Y digo diferente, que no inferior ni superior. Tenemos los mismos derechos y los mismos deberes, somos iguales pero no idénticos, y ahí radica la sublime y perfecta diferencia entre hombres y mujeres.
RESPUESTA CIENTÍFICA
Parece entonces lógico que la iniciación sea vivida de forma distinta siendo hombre o mujer. No hace falta apelar a cuestiones pseudofilosóficas para encontrar la causa: la ciencia nos lo pone fácil. Está probado que el cerebro masculino y el femenino presentan diferencias importantes, no por que uno sea mejor o peor, más grande o más pequeño, sino porque el cerebro femenino está más “conectado” que el masculino.
Como explica la neurología, el cerebro humano se divide en dos hemisferios, que constituyen dos formas diferentes de conocimiento que a su vez se complementan. El hemisferio izquierdo domina el pensamiento lógico y proporciona una visión analítica, mientras que el hemisferio derecho trabaja con la emoción y permite visualizar los fenómenos en un contexto general. Es decir, el izquierdo es el racional y analítico y el derecho es el emocional y creativo. Entre ambos hemisferios existe un núcleo que los une, el cuerpo calloso, que permite la unión de ambas interpretaciones.
Los más recalcitrantes defensores de la superioridad masculina pueden aducir que el mayor tamaño del cerebro del hombre facilita la mayor conexión de ambos hemisferios, pero la realidad no es esa. Resulta que el famoso cuerpo calloso está, en proporción, más desarrollado en las mujeres que en los hombres, por lo que la comunicación entre hemisferios es mayor. Como consecuencia de este hecho, las mujeres, en general, tienen una mayor capacidad de obtener una visión contextual de los acontecimientos, fusionando lo que sienten, intuyen, razonan y analizan. Y, por eso, también, los hombres tienen la gran capacidad de concentrarse en un único objeto separando perfectamente razón y sentimiento.
Partimos, pues, de una base común con un desarrollo diverso, que se complementa y se enriquece mutuamente. Si la iniciación debe llevarnos a convertirnos en el andrógino divino, en el Ser perfecto, nuestro trabajo debe radicar en desarrollar nuestras capacidades, en dejar fluir la parte del cerebro que tengamos más silenciada.
LA VISIÓN MITOLÓGICA
La mitología nos ofrece, como en tantos otros casos, una visión muy interesante de este tema en las figuras de Dioniso y Ariadna. El laberinto, interpretado como la búsqueda del Yo, nos ofrece una primera pista. Ariadna es la encargada de sostener el hilo que ayuda a Teseo a no perderse en su interior, en su búsqueda del Minotauro a quien debe eliminar (morir para volver a nacer, paso imprescindible en la iniciación). Finalmente, tras el episodio del laberinto y de vuelta hacia casa, Teseo abandona a Ariadna en una isla, Naxos, donde entra en acción Dioniso. Las versiones son diversas en este caso, ya que para algunos Dioniso tenía relación con Ariadna antes de aparecer Teseo. En cualquier caso, esto no es lo esencial, ya que lo interesante son sus características per se.
La mitología nos ofrece, como en tantos otros casos, una visión muy interesante de este tema en las figuras de Dioniso y Ariadna. El laberinto, interpretado como la búsqueda del Yo, nos ofrece una primera pista. Ariadna es la encargada de sostener el hilo que ayuda a Teseo a no perderse en su interior, en su búsqueda del Minotauro a quien debe eliminar (morir para volver a nacer, paso imprescindible en la iniciación). Finalmente, tras el episodio del laberinto y de vuelta hacia casa, Teseo abandona a Ariadna en una isla, Naxos, donde entra en acción Dioniso. Las versiones son diversas en este caso, ya que para algunos Dioniso tenía relación con Ariadna antes de aparecer Teseo. En cualquier caso, esto no es lo esencial, ya que lo interesante son sus características per se.
Dioniso, hijo de Zeus, crece en el muslo de Zeus durante los últimos tres meses antes de su nacimiento tras morir su madre a manos de Hera, esposa de Zeus. Éste, para protegerle de Hera, hace que sea criado como una niña. Dioniso es el dios bisexual por excelencia, perfectamente comparable con Ariadna. Como la consorte apropiada del dios andrógino, ella misma debe ser andrógina. Ariadna tenía el poder de poner a los hombres en contacto con sus experiencias femeninas, al igual que Dioniso ponía a las mujeres en contacto con su lado masculino. Dioniso es el dios de las mujeres, ya que él representa la sexualidad masculina tal y como las mujeres la experimentan. Ariadna, por su parte, es una diosa completa, andrógina, autosuficiente.
REFLEXIÓN FINAL: EL ANDRÓGINO DIVINO
Si la iniciación debe conducirnos a convertirnos en el andrógino divino, a ser Dioniso o Ariadna, está claro que tanto hombres como mujeres poseemos el potencial suficiente para lograrlo. Otra cosa es que nuestros caminos puedan separarse en algunos momentos para entrelazarse en otros, pero, en cualquier caso, deberíamos recordar a cada paso que nuestro fin es el mismo.
Si la iniciación debe conducirnos a convertirnos en el andrógino divino, a ser Dioniso o Ariadna, está claro que tanto hombres como mujeres poseemos el potencial suficiente para lograrlo. Otra cosa es que nuestros caminos puedan separarse en algunos momentos para entrelazarse en otros, pero, en cualquier caso, deberíamos recordar a cada paso que nuestro fin es el mismo.
Como decía al principio, ser mujer en el siglo XXI continua siendo difícil, aunque estoy segura de que muchos hombres también lo tienen muy difícil en el camino de la iniciación. Llegar a conocerse bien y profundizar en la propia esencia no es una tarea sencilla, pero por eso mismo debemos perseverar en el esfuerzo y, sobre todo, aprender a respetar las diferencias que hacen que hombres y mujeres, en realidad, seamos iguales.
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