La Inmortalidad y la Vida
Discusiones acerca de “The Infinite Way” por Joel S. Goldsmith
“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios… y el Verbo se hizo carne.”
“El Verbo se hizo carne” – Pero aun así sigue siendo el Verbo. El ser hecho carne no cambia su naturaleza, característica, o sustancia. La Causa se hace visible como efecto, pero la esencia o sustancia es todavía el Verbo, Espíritu o Conciencia.
En este pensamiento sabio, entendemos que no hay un universo espiritual y un universo material, pero en cambio, aquello que aparece en nuestro mundo es el verbo hecho carne, Espíritu hecho visible, o Conciencia expresada como una idea.
Todo el error que ha existido a través de los tiempos está fundado en la teoría o en la creencia de dos mundos, uno de un reino celestial, o de vida espiritual, y otro de un mundo material o de existencia mortal, cada uno separado del otro.
A pesar de este sentimiento de existencia de dos mundos, el hombre siempre ha tratado de traer armonía en la discordia a través de un intento, por la oración, para contactar ese otro mundo. O lugar espiritual, y traer el espíritu, o Dios, para que actúe sobre lo que consideramos la existencia material. ¿Se han preguntado alguna vez que quizá es el poder del hombre mismo que actúa después de las oraciones?
Empecemos con el entendimiento que nuestro mundo no es erróneo, pero en cambio, que el universo en el cual vivimos es el lugar de realidad acerca del cual, el hombre posee un falso concepto. El trabajo de traer salud y armonía en esta experiencia, no es, entonces, quitándo la enfermedad o cambiando el universo material mortal a espiritual, mucho menos negando la existencia física y reemplazarla por una espiritual. Es más bien el entendimiento de la existencia de ambas realidades en una sola.
El buscador de la Verdad empieza su búsqueda con un problema – quizá con muchos problemas. Los primeros años de su búsqueda son utilizados en superar las discordias y en curar las enfermedades a través de la oración dirigida a un Poder muy Alto o la aplicación de leyes espirituales a estas condiciones mortales. El día llega, sin embargo, cuando descubre que la aplicación de lo espiritual a los problemas humanos no funcionan o lo hacen muy diferente a como alguna vez ocurriera en el pasado. ¿Se han olvidado las conexiones o se han perdido?
Eventualmente, el ser humano es llevado a la gran revelación de que los mortales se preocupan tanto en la inmortalidad mientras son jóvenes - ya que después ellos se dan cuenta que ella no añade armonía ni espiritualidad inmortal a nuestra condición humana- que olvidan escuchar y atender sus aprendizajes cotidianos.
Dios no crea ni controla nuestros asuntos humanos. “Pero el hombre (humano) no recibe las cosas del Espíritu de Dios: sería tonto esperarlo: mucho menos conocerlos, ya que sólo es posible discernirlo espiritualmente.”
¿Estamos buscando “las cosas del Espíritu de Dios” por alguna razón humana, o sencillamente estamos decididos a “poner de lado” lo mortal, con el objeto de poder entender mejor la armonía del mundo espiritual? ¿Cuál es la verdadera razón? ¿Simplemente entenderlo? ¿Convertirnos en seres etéricos? ¿Presumir de nuestra cercanía al Ser Supremo? Sería bueno un autoanálisis en este sentido.
Tenemos en algún momento que reconocer con humildad que no somos más que humanos recordando que alguna vez fuimos seres superiores y no pretender pensar -a costa de una posible locura- que estamos por encima de las restricciones innatas a nuestra condición humana. Lo que estamos haciendo es luchando día a día contra los vicios, la apatía, la mentira, la debilidad, en suma, es una superación. Y no creer arrogantemente, que somos los “escogidos” por Dios. Vivir en este plano implica caídas, errores, lucha, perdón, amor, superación y finalmente, evolución. ¿La clave? es el AMOR con mayúsculas. Sólo el amor es capaz de curar cualquier herida por profunda que sea, sólo el amor traerá la LUZ a la oscuridad y nos sacará del sufrimiento y nos traerá la confianza.
Mientras nos esforzamos, forcejeamos y luchamos con aquello que llamamos poderes de este mundo, combatiendo enfermedades, el pecado o su ausencia; podremos saber que el sentido espiritual revela que “Mi reino no es de este mundo”. Y sólo cuando trascendemos el deseo de mejorar nuestra existencia terrenal entendemos esta vital afirmación. Finalmente, sin embargo, dejamos el mundo de deseos de mejoramiento humano, obtenemos el primer vistazo del significado de “Yo he superado el mundo.”
No habíamos superado el mundo mientras buscábamos tener menos de los pesares del mundo y más de los placeres y beneficios mundanos. Y mientras no superamos el sentimiento de lucha sobre los asuntos terrenales, no entraremos al mundo de los asuntos espirituales. PERO, será imposible lograr entrar en los asuntos espirituales si negamos nuestra existencia humana y sus “condiciones” innatas. He allí el dilema, ¿cómo vivir y ser parte de ella so pena de caer en excesos neuróticos tipo Juana de Arco o de erigirse en gurú y sus connotaciones mesiánicas?
Vivir cada día con el corazón en la mano, la pasión de vivir, el trabajo constante del aprendizaje, usualmente vía el dolor, y la intención centrada en los mensajes diarios nos dará una idea de los asuntos del espíritu, y estos empezaran a ser cada vez más claros y precisos. Es allí, en esa coyuntura cuando corremos el peligro de tomar la vuelta equivocada. Si lo hacemos correctamente, entonces esa humildad traerá los efectos perfectos de la causa y efecto, y nuestro entendimiento aparecerá.
El entendimiento será la luz que nos inundará, y no será el reconocimiento del populacho, ni el envanecimiento del ropaje de las palabras y adulaciones, será el reconocimiento interior y el silencio. Amo luego existo... y para los que saben de mi... ustedes saben cuanto amo en estos momentos.
No quiero dejar de traducir un hermoso poema de David Whyte que dice así:
Quiero saber si tú sabes
como fundirte en el blanco
fuego de la vida
Quiero saber si tú puedes
dejarte caer hacia el
centro de tu anhelo
Quiero saber si deseas
dejarte vivir, día a día
con las consecuencias del
Amor
y la amarga, inevitable pasión
de tu segura derrota.
Nota: No es que necesariamente vayamos a sufrir y ser derrotados, significa que si no estamos dispuestos a pasar por esas terribles consecuencias nunca amaremos con la verdadera intensidad.
Imagen: En la mitología griega, Ícaro (en griego antiguo Ἴκαρος Ikaros) es hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta, y de una esclava. Fue encarcelado junto a él en una torre de Creta por el rey de la isla, Minos.
Dédalo consiguió escapar de su prisión, pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todos los veleros, y no permitía que ninguno navegase sin ser cuidadosamente registrado. Dado que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí empezando por las más pequeñas y añadiendo otras cada vez más largas, para formar así una superficie mayor. Aseguró las más grandes con hilo y las más pequeñas con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro, su hijo, observaba a su padre y a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado, y tomando cera la trabajaba con su dedos, entorpeciendo con sus juegos la labor de su padre.
Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Entonces padre e hijo echaron a volar.
Pasaron Samos, Delos y Lebintos, y entonces el muchacho comenzó a ascender como si quisiese llegar al paraíso. El ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar. Su padre lloró y lamentando amargamente sus artes, llamó a la tierra cercana al lugar del mar en el que Ícaro había caído Icaria en su memoria. Dédalo llegó sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del rey Cócalo, donde construyó un templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios.
Pausanias cuenta una versión más prosaica (Beocia, xi.4) en la que ambos huían a Creta en barco, para lo cual Dédalo inventa el principio de la vela, desconocido hasta entonces para los hombres. Ícaro, navegante torpe, naufragó frente a la costa de Samos, en cuyas orillas se encontró su cuerpo. Heracles le dio sepultura en esa tierra que desde entonces se llama Icaria.
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